Doña D. de 87 años es una partera tradicional que ha asistido más de 150 partos naturales en su hogar, tenía un cuarto especialmente armado y bien acomodado. Esta es una práctica que adquirió por herencia directa de su abuela que a su vez lo adquirió de su bisabuela, un conocimiento que se fueron transmitiendo de generación en generación, sin formación formal. Ella no tuvo la oportunidad de terminar la escuela, asistió hasta tercer grado por falta de economía.
La profunda gratitud de la comunidad la llevó a que muchos de los bebés asistidos llevarán su nombre o el de su esposo. Su primer acercamiento hacia un parto fue la de su tía Came, donde acompañó a su bisabuela durante el procedimiento, sus recuerdos son medio borrosos, ya que en ese entonces solo tenía entre 13 y 14 años, vivían en la Campaña lejos de la ciudad,los chequeos médicos eran costosos por lo cual solo se hacían dos con médicos para ver si todo iba bien durante el embarazo. Luego se encargaban las parteras: revisar con un tipo de masajes, una oración, y los oídos puestos en el bebé.
Doña D. resalta que para ser partera hay que tener una mano dura pero sensible, una mano delicada, amorosa. Ser dedicada. Aprendió mirando y acompañando a su bisabuela y abuela ambas parteras. Cuando llegó a la edad de 18 años ya casada y con dos hijos, ayudó a su mejor amiga a dar a luz ya que nadie se encontraba en la casa justo en ese momento, recuerda con nerviosismo pero sabiendo todo lo que tenía que hacer puso la mano en la obra. 'Era un nene' me contó, el primer ser humano que trajo al mundo, 'ahí me di cuenta que me gustaba y que me dedicaría a eso'. Acompañando esta práctica con remedios caseros y remedios yuyos,'poha ñana' que le había enseñado su bisabuela.
Todos sus hijos nacieron por parto natural y con parteras que fueron su abuela y bisabuela. En su momento, 'no había dinero para ir al hospital', 'tal vez por eso también me dedique a esto'. La mayoría de sus vecinos eran muy pobres las revisiones, los remedios, el parto costaban caro, recalcó. Estábamos todos en una misma condición económica muy ajustada, y muchas de las mujeres de esa época tenían más de doce hijos, además muchas de ellas por las guerras quedaban viudas.
Cada vez que realizaba una revisión o 'Pychy ' a cambio le traían como agradecimiento mercadería o lo que estaba en su alcance, no era obligatorio pero tampoco nadie se atrevía a venir con las manos vacías. Eso, recuerda, también la ayudó a salir adelante con sus 10 hijos.
Le pregunté ¿Cuál es la lección más importante que aprendió solo con la observación, sin que se lo explicaran con palabras médicas?, y respondió, 'La lección más grande es la confianza en el cuerpo de la mujer. Mi abuela, Doña Rosa, nunca me dio una clase. Ella me decía: 'D, observa el parto como se observa el río. Él sabe dónde ir, no lo apures, acompáñalo”
Sobre sus primeras observaciones me dijo: “Yo miraba cómo ella palpaba la panza, y entendí que con la mano podía saber todo, si la criatura estaba 'de nalgas', si estaba bien encajada, para salir, o si el parto se iba a alargar, podia saber el sexo del bebé, cuánto medía y cuánto pesaba aproximadamente. Pensé en voz alta: “es increíble como sin aparatos, sin diagnóstico, solo con el tacto podía llegar a hacer eso y cómo sabía todo” y ella me respondió “es práctica, y es algo que se siente en la punta de los dedos, en el cuerpo y en el fondo del corazón. La mano se vuelve el ojo que ve dentro.”
Mi abuela me enseñó a hacer la 'sobada' con manteca y remedios caseros. Yo veía cómo ella apretaba, cómo giraba, y la señora se aliviaba. Cuando yo lo hice por primera vez a mis veinte años, sentí que la memoria de mi abuela estaba en mis manos. La mano de la partera tradicional no miente, porque ha tocado esa misma vida, ese mismo dolor, cientos de veces. Es un saber grabado en la piel y no un juego.
Así como hubo buenos momentos también hubo malos, me contaba con tristeza en la voz, muchas veces como madres pensamos en ver crecer y ser madres o padres a nuestros hijos, y muchas veces el destino depara algo diferente. Doña D, perdió a dos hijos en menos de tres años y a su marido cuando su hija menor tenía 2 años, con 10 hijos. Eso, cree, la hizo conectar con madres que perdieron a sus hijos, a los que ella vio nacer y sostuvo en sus manos cuando rompieron el cascarón. Al principio de su duelo pensó que todo eso la alejaría de ser patera, pero no, la volvió más fuerte.
Se dice que muchos de los niños que trajo al mundo llevan su nombre o el de su marido, como prueba de que el trabajo se hizo con amor. Después de un parto, cuando todo salió bien y la madre ya está tranquila con su bebé en el pecho, miran a Doña D y le dicen “gracias a usted, le vamos a poner su nombre a la niña. O si era varón el de su marido”, en honor a la persona que las ayudó.
Algo que me conmovió mucho fue cuando dijo: 'Es que en la casa, el parto es muy personal. Yo no soy una enfermera, soy alguien que sufre y reza al lado de la madre, poniéndome en su lugar como mujer y como madre acompañándola en ese proceso. La gente no olvida ese momento. Para ellos, yo soy parte de la historia de ese niño, y ver a esos niños creciendo en el pueblo, fuertes y sanos, es mi mayor satisfacción. Es mi forma de tener nietos por toda la comunidad' por último al hacerle una pregunta, ¿Qué le diría a las nuevas generaciones sobre este saber popular que usted mantiene vivo?, respondió, “les diría que respeten la sabiduría de las abuelas. Este oficio es la herencia de la comunidad, si pueden estudiar haganlo, por las dudas, las leyes han cambiado, ya no son como antes. Mi trabajo es una prueba de que, muchas veces, la vida solo necesita un par de manos que saben lo que hacen, y un corazón que acompaña. Lo que mi abuela me pasó no fue un título, fue la fe en el milagro, repetido más de 300 veces, y que hoy lleva el nombre de mi familia en el pueblo”
Doña D todavía recibe visitas de madres para saber si todo va bien en el embarazo, ya no acompaña partos, ya que a medida que fue cambiando la sociedad se tuvo que ajustar a las normas, además debido a su edad sólo puede realizar algunos chequeos. Muchas madres llevan a sus bebés después de nacer, cuando tienen “Cambu Yere' para curarlos.
La historia de Doña D, la partera tradicional de 87 años, es mucho más que el relato de más de 150 nacimientos asistidos; es un testimonio sobre la sabiduría ancestral, la vida sobre su pasado y el poder del cuerpo femenino.Nos recuerda que el conocimiento esencial a menudo se transmite por vía de la observación y de generación en generación, de manera amorosa y con mucha paciencia. Su mano, entrenada no por libros sino por la memoria de su abuela y cientos de vidas tocadas, es capaz de diagnosticar con una precisión que desafía a los aparatos modernos. Para ella, el parto no era un procedimiento médico, sino algo sagrado, acompañando a quien sufre y reza al lado de la madre. El hecho de que tantos niños lleven su nombre o el de su esposo es la prueba de que su trabajo fue una forma de servicio incondicional y de amor, que trascendió la escasez económica. El 'precio' de su trabajo era la gratitud y ayudar a quienes más lo necesitan, el verdadero motor de su sustento y su mayor satisfacción. Nos invita a respetar la sabiduría de las abuelas y a reconocer que, en la encrucijada entre lo antiguo y lo moderno, lo que verdaderamente sostiene la vida son un par de manos, Dios y un corazón que acompaña con amor, o como diría Doña D: 'ñande mokoi po, ñande jara ha ñande corazón poti '.