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 GENERAL MADARIAGA - SABERES POPULARES Y MEMORIA
Laten K´Aike: un viaje con “Juanjo” desde las piedras hasta las estrellas

06/11/2025

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Entrevista a Juan José López, realizada por Alejandro Jorge Loureiro en el marco del trabajo “Saberes populares y memoria” de Práctica Docente I del Profesorado en Ciencia Política del ISFD N° 169 de General Madariaga.


El domingo amaneció con ese cielo plomizo tan característico de General Madariaga en días de lluvia. Las calles mojadas reflejaban la luz tenue de la tarde mientras caminaba hacia el Museo Laten K Aike, cuyo nombre en lengua tehuelche significa 'Donde viven las piedras'. Al cruzar la calle en la Avenida Buenos Aires, me recibió ese olor particular que mezcla madera añeja, papel antiguo y la humedad de la piedra, un aroma que parece contener el tiempo mismo. Allí estaba Juan José López, 'Juanjo' para todos, con su sonrisa franca y sus ojos que brillaban con la misma curiosidad que, me imagino, debieron tener cuando empezó este camino hace más de cincuenta años.


Este no era un encuentro cualquiera para mí. Había visitado el museo por primera vez hacía casi una década, cuando era un adolescente y el espacio recién comenzaba a tomar forma. Volver ahora, como estudiante del Profesorado de Ciencia Política, cargaba el momento de un significado especial. Esta entrevista formaba parte de un trabajo para la materia Práctica Docente I, que nos convocaba a rescatar aquellos saberes populares que se construyen al margen de las instituciones formales, en los intersticios de la vida cotidiana, alimentados por la pasión y el vínculo con el territorio. Juanjo encarnaba perfectamente esta figura: un hombre cuyo conocimiento no provenía de títulos académicos, sino de una curiosidad insaciable y de años de paciente acumulación e investigación autodidacta.


La arquitectura del asombro


La planta baja del museo sirve como un prólogo perfecto a la inmensidad que alberga. Fui recibido no solo por 'Juanjo', sino por el sonido relajante de una cascada interior que inmediatamente crea una atmósfera de serenidad y conexión con lo natural. Este espacio funciona como una síntesis visual y sensorial del universo completo del museo. Vitrinas estratégicamente ubicadas ofrecen una muestra resumida de las colecciones: aquí un destello de minerales, allá el brillo de monedas antiguas, junto a obras de artistas locales que establecen desde el inicio el diálogo entre la naturaleza, la historia y la creación artística que define a Laten K Aike. Es una invitación, un abrebocas que promete un viaje más profundo.


Al subir al primer piso, el recorrido se vuelve una lección tangible de cosmogonía. Lo primero que se encuentra es un espacio dedicado exclusivamente a la evolución de nuestro planeta. 'Aquí es donde empezamos con los más chicos', explicó Juanjo, señalando diagramas, líneas de tiempo y muestras geológicas que narran, de forma accesible, el vasto proceso que dio forma al mundo que conocemos. Es el marco teórico necesario, el 'por qué' antes del 'qué', demostrando una intención pedagógica profunda en la disposición misma de los espacios.


Traspasando este umbral conceptual, se accede a un salón enorme de dos pisos de altura que constituye el corazón geológico del museo. El impacto visual es abrumador. Vitrinas, estantes y mesas exhiben una colección descomunal de piedras y minerales de todo el mundo, cada una con su etiqueta que describe no solo su nombre, sino su composición y origen. La variedad de colores, texturas y formas es un testimonio silencioso de la diversidad de la Tierra. Entre estas maravillas naturales, se intercalan meteoritos y fragmentos de asteroides, conectando la historia de nuestro planeta con la del sistema solar. Incluso aquí, la pasión numismática de Juanjo asoma, con vitrinas dedicadas a monedas de distintos países, estableciendo un diálogo entre la riqueza mineral de la tierra y su representación en el intercambio humano.


El siguiente piso afina aún más el enfoque, dedicándose casi por completo al mundo del papel y el metal acuñado. Es aquí donde la colección de billetes de todo el mundo se despliega en toda su magnitud, cada uno acompañado por una descripción detallada que contextualiza su origen histórico y económico. 'Este billete circuló durante la hiperinflación en Alemania tras la Primera Guerra Mundial', comentaba Juanjo frente a una vitrina, 'y este otro es de un país que ya no existe'. La numismática encuentra aquí su complemento perfecto, mostrando no solo el valor facial del dinero, sino su valor como documento histórico, como reflejo de crisis, de cambios políticos y de la identidad nacional de pueblos lejanos.


De las primeras monedas a un museo


Al sentarnos en una pequeña mesa rodeada de vitrinas, Juanjo comenzó a desgranar su historia con la naturalidad de quien ha contado estos relatos muchas veces, pero sin perder un ápice de la emoción original. 'Todo empezó a los trece años', recordó, 'cuando me regalaron dos monedas antiguas. No eran particularmente valiosas, pero me fascinó su diseño, su textura, la historia que parecían guardar'. Esas dos monedas modestas fueron la chispa que encendió un fuego que aún perdura. 'Ahí empezó todo', afirmó con una sonrisa que recorrió las arrugas de su rostro. 'Empecé a juntar, a intercambiar, a leer todo lo que caía en mis manos sobre numismática'.


Su aprendizaje fue orgánico, construido pieza a pieza. 'Nadie me enseñó formalmente', aclaró. 'Iba a ferias, hablaba con otros coleccionistas, devoraba libros y catálogos. Aprendí a identificar metales, a reconocer acuñaciones, a fechar piezas por sus características'. Este conocimiento, forjado en la práctica y el error, representa justamente el tipo de saber no escolarizado que buscábamos rescatar: un conocimiento vivo, situado, que se transmite más por el hacer y el compartir que por programas de estudio.


Lo extraordinario de su trayectoria es que este saber convivió siempre con su vida profesional. 'Yo soy electricista de oficio', contó, 'trabajé más de treinta años en COEMA, la cooperativa eléctrica de aquí de Madariaga. La electricidad me dio el sustento, pero el coleccionismo me dio el alma'. Este contraste no es menor: el hombre que fue parte del cableó y la infraestructura eléctrica del pueblo es el mismo que luego iluminaría su memoria cultural. Dos formas de conectar, de dar energía, de hacer circular flujos vitales para la comunidad.


El nacimiento de Laten K Aike


La conversación derivó naturalmente hacia el origen del museo. 'Siempre tuve el sueño de compartir la colección', confesó Juanjo. 'Pero con el trabajo y la familia, era difícil. La idea estuvo siempre ahí, latente'. El punto de inflexión llegó con su jubilación. 'Al otro día de jubilarme, ya estaba acá, midiendo espacios, pensando en cómo organizar todo'. No hubo un período de transición: el electricista se transformó inmediatamente en museólogo, curador y gestor cultural.


El año 2014 marcó el nacimiento oficial del Museo Laten K Aike. El nombre no fue casual. 'Quería un nombre que hablara de la esencia del lugar', explicó. 'Las piedras fueron mi segunda gran pasión después de las monedas. Y las piedras tienen algo de eterno, de sabiduría antigua. Me pareció justo honrar a los primeros habitantes de esta tierra llamando al museo en su lengua'. Esta decisión denota una sensibilidad especial, un reconocimiento de que su proyecto se inscribía en un territorio con historia y memoria previa a su llegada.


Hoy, el museo ocupa tres pisos de la casona, cada uno con su personalidad. Pero aclaró rápidamente: 'Aún me faltan montar muchas cosas. La colección es mucho más grande de lo que se ve. Esto es un trabajo que nunca termina'.


La pedagogía del asombro


Uno de los roles más importantes que cumple el museo es el educativo. 'Vienen escuelas de todo Madariaga, Pinamar, Villa Gesell y la región', contó Juanjo. 'Desde nivel inicial hasta secundaria. Adapto la visita según la edad de los chicos'. Su método pedagógico se basa en lo concreto, en lo tangible. 'El museo es algo que no se ve virtual, sino en tres dimensiones; los chicos lo palpan, lo pueden ver. Es didáctico en el sentido más genuino de la palabra'.


Me narró anécdotas conmovedoras sobre las visitas escolares. 'Los más chiquitos se sorprenden con los fósiles, quieren tocarlos, saber qué animal era, hace cuánto vivió. Los más grandes se interesan por las monedas, por la historia que hay detrás de cada una'. En todas estas interacciones, Juanjo muestra una paciencia infinita y una genuina vocación por despertar la curiosidad.


'La cultura es la formación del ser humano', afirmó con convicción. 'Empieza en el hogar y continúa en la escuela. Cuando las personas se involucran en la cultura, evolucionan, se hacen mejores seres humanos'. Para él, el museo no es un depósito de objetos inertes, sino un espacio de transformación. 'Cuando uno evoluciona culturalmente', continuó, 'ya sabe lo que está bien y lo que está mal. No necesita que le digan lo que no debe hacer'.


El momento cumbre: El cuarto del sistema solar


El momento más mágico de la visita, y que corona el recorrido ascendente, llegó en el último piso. En un espacio reservado, Juanjo me guió hacia la muestra del sistema solar y galaxias. 'Vos viste algo de chico', me dijo con complicidad. Al apagar las luces, el espacio se transformó por completo. Sonidos envolventes nos aislaron del mundo exterior mientras en el techo y paredes comenzaban a brillar planetas, constelaciones, galaxias enteras.


Ver aquellas proyecciones estelares, ahora con ojos adultos, me produjo una emoción difícil de describir. No era solo la belleza del espectáculo, sino la comprensión de que todo el recorrido previo –las piedras de la planta baja, la evolución del planeta en el primer piso, los minerales y monedas en el salón principal, la historia en los billetes– convergía en este punto. Del microcosmos de un mineral al macrocosmos de una galaxia, el museo de Juanjo es un viaje completo a través de las escalas del universo. Ese cuarto oscuro era la metáfora perfecta de su labor: crear espacios donde lo cotidiano se suspende y solo queda lugar para el misterio, la curiosidad, la belleza.


El hombre que había dedicado su vida profesional a conectar cables para llevar energía eléctrica a los hogares, ahora nos enseñaba a conectar con el cosmos, a mirar hacia arriba y maravillarnos. La electricidad que una vez fue su oficio se había transmutado en otra forma de energía: la que ilumina la mente y el espíritu.


Reflexiones finales: El tejido de la memoria colectiva


Al despedirme de Juanjo y del museo, la lluvia seguía. Me llevó hasta casa pero me quedé repasando mentalmente todo lo visto y escuchado. El Museo Laten K Aike es mucho más que un conjunto de objetos valiosos: es la materialización de una vida dedicada al conocimiento, es un acto de amor hacia la comunidad, es un legado que trasciende lo individual. La arquitectura misma del lugar, con su cascada inicial, su ascenso por la historia de la Tierra y su culminación en las estrellas, no es casual; es una narrativa cuidadosamente orquestada por un maestro que sabe que el aprendizaje verdadero es una experiencia integral.


Juanjo López encarna aquello que las guías de saberes populares definen como 'portador de conocimientos no escolarizados'. Su autoridad no proviene de diplomas, sino de la experiencia, la dedicación y la capacidad de transmitir pasión. Como él mismo sintetizó con sabiduría práctica: 'Todo es un ida y vuelta, porque vos enseñás, pero también aprendés'.


Esta frase, aparentemente simple, condensa una epistemología popular fundamental: el conocimiento no es lineal ni unidireccional, sino circular, dialógico. Se construye en el encuentro, en la conversación, en la disposición a dar y recibir. En un mundo donde el saber tiende a mercantilizarse y formalizarse en exceso, figuras como Juanjo nos recuerdan que las formas más auténticas de conocimiento a menudo florecen en los márgenes de las instituciones, alimentadas por la curiosidad insaciable y el deseo de compartir.


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