José Díaz López —o simplemente “Pepe del Bowling”, como todos lo conocen— tiene una memoria llena de anécdotas, sacrificios y emociones. Nació en Lugo, Galicia, y llegó a la Argentina en 1951 junto a sus padres y sus cuatro hermanos cuando apenas tenía quince años. “Venía de un pueblo de labradores. No teníamos mucho, pero sí ganas de trabajar”, recuerda.
Su llegada al país no fue fácil. Apenas pisó Buenos Aires junto a uno de sus hermanos, ambos debieron ser internados en el Hospital Muñiz por un contagio de sarampión. “Nos bajaron en ambulancia del barco. Pasamos cuarenta días en cuarentena”, cuenta con la mezcla de humor y nostalgia que caracteriza a quienes superaron tiempos duros.
Pepe vivió dos décadas en Avellaneda, donde trabajó en distintos oficios: fue cadete bancario, empleado en una papelera y administrativo de un obraje maderero de Santiago del Estero en sus oficinas de Buenos Aires. “Aprendí mucho, sobre todo a valorar el trabajo y a respetar a la gente”, dice.
A fines de los años sesenta, junto a un amigo italiano, decidió probar suerte en la costa. En 1969 abrieron un pequeño bar en San Clemente del Tuyú, que luego se transformó en punto de encuentro para turistas y pescadores. “Trabajábamos sin parar, pero era un paraíso”, recuerda.
El destino lo llevó en 1972 a General Madariaga, donde fundó el Bowling Club Madariaga, un espacio que rápidamente se convirtió en ícono local. En una época en la que las opciones de esparcimiento eran pocas, el bowling fue una novedad. “Era un lugar distinto, familiar, donde se encontraban hombres y mujeres. Muchos jóvenes empezaron a reunirse ahí, después de los bailes o los fines de semana”, cuenta emocionado.
Pepe vivió más de tres décadas junto a esa pista de madera, viendo pasar generaciones que crecieron jugando allí. “Los chicos venían, ayudaban, hacían de parapalos… hoy me los cruzo por la calle y me abrazan. Eso no tiene precio”, dice con orgullo.
En 1985 dio otro paso audaz y abrió el Balneario Pepo’s en Pinamar, al que dedicó más de quince años “Me dejó muchas amistades, muchas historias. Todavía seguimos en contacto con aquel grupo que se formó ahí”, cuenta. Por su local pasaron turistas, empresarios, artistas y deportistas que recuerdan el lugar con cariño.
Con más de 90 años, Pepe sigue siendo un personaje entrañable para Madariaga. Vecinos y amigos destacan su humildad, su calidez y su espíritu trabajador. “Lo que más valoro de la vida es la gente que conocí. Todo lo que hice fue con cariño y sin hacerle mal a nadie”, dice, mientras se seca una lágrima que asoma inevitable.
La entrevista con Pepe fue, por momentos, interrumpida por la emoción. Su vida es reflejo de una época y de una generación que llegó al país con pocos recursos económicos, pero con un corazón enorme.
En cada palabra, Pepe deja ver lo que realmente importa: el trabajo, la amistad y el amor por la tierra que lo recibió.