Sábado 27 de Julio de 2024
 02/04/2024 - ENTREVISTA SEGUNDA PARTE
Encuentro con Julio Herrera Vidal, ex combatiente de Malvinas (Segunda Parte)

Este 2 de abril se conmemora el 42º aniversario del comienzo de la guerra de Malvinas. En homenaje a la gesta, nuestra colaboradora Ana Lía Bereilh (residente actualmente en Pamplona, España) entrevistó al ex combatiente, vecino de Pinamar, quien realiza un crudo relato de lo vivido en abril de 1982


 


(Por Ana Lía Bereilh, especial para EL MENSAJERO) La Fuerza Aérea Argentina se había instalado en seis Bases en la Patagonia: Trelew, Comodoro Rivadavia, San Julián, Santa Cruz (que era donde estaba Julio) Río Gallegos y Río Grande. Los británicos sabían que el principal problema de la guerra lo tenían con el ataque aéreo. Los “pucarás”, esos aviones bimotores de fabricación nacional que no necesitaban pistas de aterrizaje, salían al ataque con una velocidad y facilidad que no disponían los demás. Podían aparecer en el cielo en cualquier momento y sorprender a la poderosa Armada Británica que quedaba demasiado expuesta y podía ser atacada con facilidad.


Julio y sus compañeros, instalados en la meseta, controlaban lo que pasaba abajo, en Puerto de Santa Cruz. Convivían con las alertas amarillas y naranja sabiendo que debían tener cuidados extremos. Los riesgos eran la constante y mientras tanto, el espíritu de victoria se iba instalando en ellos.


 


Seguimos la conversación (Primera parte de la nota


ALB Me acuerdo que los “pucarás” eran como nuestro orgullo nacional ¿Contaba la Fuerza Aérea con otros aviones?


JHV Sí. Los pucarás llegaban directo al galpón, los pintaban, armamentaban y quedaban listos para el combate. También estaban los “Hércules”. Eran siete.


Nuestra misión era proteger a los dos “tanqueros” que eran los que abastecían de combustible en pleno vuelo a otros aviones, cosa que la Armada Inglesa no tenía. Si nos derribaban uno de los tanqueros se acababa la guerra porque con uno no se podía abastecer y se tardaba como seis meses en transformar un Hércules común de carga en un tanquero. O sea, imposible. Lo cuidábamos como si fuera la joya de la abuela porque además era un “caramelo” para los británicos, de tenerlos, solucionaban su problema del combustible. No siempre estaba el Hércules en nuestra Base, pero cuando hacía noche, ante la menor sospecha había que matar sin preguntar porque si nos lo destruían chau, se acababa no podíamos combatir más, con uno sólo no hacíamos nada.


 


¿Y también servían para atacar?


Sí, eran para todo. Los otros cinco atacaban, transportaban carga de todo tipo y traían los heridos de las Islas. También estaban los Bombarderos Canberra, de fabricación británica, mirá cómo son las cosas, terminaron siendo usados contra ellos y los Mirages de Tandil. Ya te digo, la Fuerza Aérea del Sur fue la que casi obligó a rendirse a los británicos (dicho por ellos mismos) porque no podían con ella. Por eso vigilaban todas nuestras Bases y aterrizaban en algunos sitios descampados, para tenernos controlados. De día no era tanto el problema, pero de noche, ellos tenían medios técnicos que nosotros no sabíamos que ni existían como los teléfonos satelitales por eso algunas de las noches que me escapaba tenía miedo de encontrarme con ellos. Además, sabíamos que había chilenos camuflados que los ayudaban, les llevaban comida.


 


Voy a dejar de lado a esos chilenos porque todos no son así pero ¿cómo es eso de que te escapabas de noche?


Buscamos una manera de comunicarnos con nuestras familias, entonces por las noches y sabiendo las reglas porque un fallo y te disparaban, me escapaba al pueblo. Tenía que saber el “santo y seña”. Dos palabras que cambiaban todas las noches y que cuando se pasaba por zonas oscuras, a tientas porque en la meseta patagónica se movían así te gritaban “alto, ¿quién vive?” Vos tenías que decir el santo y el otro la seña. Si vos llegabas a decír una palabra equivocada o el otro responderla, empezaba el tiroteo. Habiendo aprendido esto, con la autorización de mi jefe de cañón el cabo Albarracín que falleció de cáncer, que Dios lo tenga en la gloria, me escapaba sabiendo que habían matado a uno por no contestar a tiempo. Caminaba los 7 km por la meseta que había hasta el pueblo. Así, a cada rato “Alto quién vive” “Alto quién vive” y “¿vos qué hacés acá?” y yo diciendo que iba al pueblo a hablar por teléfono con mi familia. Después hasta ellos me daban plata para que les trajera yerba o galletitas o así, pero encontrarlos a la vuelta no era fácil.


 


¡Pero Julio! ¿Cómo se te ocurría sacar ahí tu espíritu de adolescente aventurero?  Eso no era lo mismo. No era desafiar médanos desiertos y olas bravas en Pinamar. Mira si te llegabas a equivocar por nervios o por lo que fuese o que te tendiera una emboscada un británico.


La verdad es que más de una vez temblaba de que me fuese a equivocar. Hice esto hasta que empecé a “aceitar” el tema. Como el camión de YPF que traía el JP1 para los aviones venía a la noche y también antes del amanecer, me iba con uno y volvía con el otro. Me quedaba toda la noche en el pueblo, compraba con la plata que me daban mis compañeros cospeles y llamaba desde el hotel del Automóvil Club a mi casa y a las casas de mis compañeros para decirles que estábamos bien. Otros me daban cartas y las enviaba desde el Correo hasta que un día me descubrió un cabo que me llevó de la oreja. Por suerte se solucionó. Un superior dio la cara por mí.


 


Las familias de tus compañeros esperarían tu llamado con ansias y para ellos serías el Rey Mago cada día cuando volvías con noticias y cartas, aunque insisto en que era demasiado riesgo


Bueno, un día, creo que fui yo el que vio llegar a los Reyes Magos. Mirá lo que pasó, uno de esas noches que yo estaba en el Automóvil Club esperando porque algunas veces se me hacían largas, no me podía quedar dormido y soñaba con la siestecita que me iba a dormir esa tarde, miro y ¿sabés a quién veo llegar? ¡A mi viejo! ¡Sí, no te lo vas a creer! ¡Con mi mamá y mi hermana! Imaginate la sorpresa. ¡Fue una locura! Había conseguido una autorización a través de un amigo. Los pilotos de los pucarás que dormían ahí les dieron una habitación y se pudieron quedar dos días y yo volviendo un poco “a escondidas” porque todos buscándome porque habían llegado los padres de Herrera.


 


Muy buen gesto de los pilotos con tus padres y más si sabían que eras el que se jugaba el “pellejo” casi todas las noches por ti y por tus compañeros


Mis padres me trajeron una caja con donaciones de la gente de Pinamar, alfajores Havanna, dulce de leche, una radio, qué se yo las cosas que venían. La caja pesaba como treinta kilos y yo por supuesto invité a todos mis compañeros, repartí entre todos como corresponde. Esos días me dejaron salir más tiempo hasta que mi viejo se volvió y volví a la vida “normal” porque seguí escapándome al pueblo con el conductor del camión así no corría riesgos.


 


Pinamar y su gente, la de todo el año dando lo mejor de sí como todo el pueblo argentino que no lo pensó dos veces a la hora de donar sus cadenas y medallitas de bautismo, comunión, los pendientes de recién nacida o así. Recuerdo un programa de la tele conducido por Cacho Fontana que recaudó lo indecible para que después no fuera transparente su destino. Pero vamos a lo nuestro, volvían a nunca mejor dicho “régimen de guerra”.


Sí, y nos sentíamos poderosos, ganadores, aunque desayunásemos día a día mate cocido con un pan y comiésemos un guiso que al tercer bocado ya se nos había congelado. Así llegó el 23 de mayo que es el Día del Soldado Aeronáutico, no sé cómo, pero nos hicieron un asado. Imaginate lo que fue, no lo podíamos creer. Hacía dos días que nuestros aviones habían atacado en el desembarco de los británicos en Malvinas ocasionándoles muchas pérdidas y dejando claro quienes éramos. Lamentablemente la infantería no pudo detenerlos pero nosotros seguíamos enteros.  Después, por la tarde todo parecía estar tranquilo y animados nos fuimos a nuestras posiciones, a los cañones. Cada cañón tenía un radio Handy y me acuerdo que empezó: “Alerta amarilla, hay un avión no identificado en la zona”, “Alerta naranja”, “Alerta roja”. Hasta que lo empezamos a ver y no nos daban órdenes, nosotros super nerviosos hasta que nuestro jefe, el capitán Sarmiento dijo ”Abran fuego a discreción” y el primero que lo hizo fue nuestro cañón porque estaba en nuestra vertical, arriba nuestro, si bombardeaban nos mataban a todos, Y fue así, el “Fierro 201” como lo llamábamos nosotros abrió fuego. Le tiramos cuatro magazines.


 


Espera ¿qué son los magazines?


Los magazines eran los cargadores de balas de 20 mm explosivas que les tirábamos a los aviones, a los “cuervos” les decíamos nosotros, eran objetivos para derribar y mi compañero Carlos Luayza y yo le tirábamos con el Fal que es un fusil de carga y disparo automático. Nunca le íbamos a pegar pero la locura y el frenesí se había apoderado de nosotros y gritábamos como locos. Cargamos de nuevo el cañón y seguimos tirando. El avión pasó, no dijeron “Alto el fuego”. Los catorce cañones de la Base y de los montes adyacentes supieron que podría haber sido nuestro final.


 


¿Ese fue el famoso 23 de mayo a las 19 hs tal como consta en el Libro de Guerra del V Cuerpo de Ejército?


Claro y ¿sabés lo que dijeron después? fíjate que dice en el libro, que era una aeronave amiga, y a los días, que había sido un Almirante. Mirá si un Almirante de la Armada va a pasar por una Base en pie de guerra y va a ser tan idiota que va a pasar sin identificarse


 


¿Me estás queriendo decir que para que no fuerais reconocidos como combatientes se inventaron eso? Hay que ser mal bicho


Ese mismo día, vimos pasar sobre la Ría del Puerto de Santa Cruz (nosotros estábamos en la meseta) tres helicópteros británicos Sea King que después salieron los pucarás a buscarlos y no los encontraron. Eran los que salían del porta aviones Hermes y entraban a la Patagonia a dejar fuerzas especiales para avisar cuando salíamos porque sabían que les hundiríamos los barcos. O sea, éramos su problema, los que no los dejábamos actuar con la facilidad que lo hacían con sus barcos.


Los días siguieron fueron pasando y mientras que los altos jefes sabían que sólo un milagro podría evitar la derrota anunciada, los soldados se ponían el traje de valor. Nada ni nadie podría con ellos.


 


(En la próxima edición Julio nos contará el dolor de la derrota y la traición posterior que los apartó como beneficiarios de ex combatientes y su reclamo)


 


 


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