15/04/2018 - ENSAYO
Los dos fantasmas

Ostende (Por Miguel Angel Granier*).- Voy a relatar una historia que se ha convertido en leyenda sobre unos hechos inexplicables que ocurrieron en una época remota en Ostende, una localidad que ya tiene 105 años desde la colocación de su primera piedra.


Cuentan en rueda de viejos; de esas ruedas que las lenguas echan a andar cuando el vino abunda y la memoria se puebla de antiguas palabras; que si uno se acerca al muelle y cierra los ojos y abre los oídos, mientras la luna se embaraza en el cielo, haciendo salta rayuela a las estrellas que giran y giran envueltas en tules de brillos sobre el infinito, se puede ver  al viejito del acordeón sentado sobre un pequeño banco, mirando hacia el mar , entre sombras y penumbras al cobijo del viejo muelle que se quedó entre mundos de recuerdos;  en un tiempo inmemorial; solo alumbrado  por las Tres Marías que charlan entre sí como damas coquetas esperando que las saquen a bailar sin compás ni compañero.


Ahí se lo ve, vestido de blanco, campechano, mueve que se mueve su pie derecho al compás de una música que derrama notas italianas, alegres y vivas, simulando una vida que se niega a marchar. Y una pareja de almas transparentes giran y saltan al compás de una tarantela.


Melodía ancestral, un tema especial, se acomodaba con la mirada fija hacia el final del muelle; y con lágrimas en los ojos comenzaba a tocar recordando el día en que su amada tanita tuvo que volver a su país por problemas de salud, con la promesa de que volvería para estar a su lado por el resto de su vida. La tanita con su vestido verde, tan verde como el color de sus ojos, y esa sonrisa que se deslizaba en su alma de hombre y de varón. 


Un poco más alejado se vieron dos figuras disfrutando el maravilloso acontecimiento.


-----------IGLESIA


Más allá un grupo de mujeres que solían ir a la iglesia a visitar la virgencita que había sido traída desde España para realizar sus oraciones diarias, Laura una de ellas era soltera con sus 60 años encima y ni bien llegaba ponía cabeza abajo a San Antonio porque haciendo ese ritual dicen  que se consigue un novio, siempre era un tema de discusión porque una de ellas decía que era pecado poner un santo cabeza abajo, mientras que se sentía amparada por otras que consentían con el accionar de Laura, Elsa en cambio trataba de encontrar paz siempre el mismo rezo, siempre  la misma oración, como si un pecado realizado en quien sabe que época de su vida todavía seguiría martillando duramente en su corazón.


A Juana nunca le faltaba el ramo de calas que dejaba frente al la virgen a quien agradecía por esa hermosa familia que había logrado construir con los años y que tan feliz la hacía sentir.


Antes de retirarse llegan 6 monjes de la orden de los carmelitas vestidos de negro con capuchas del mismo color, y a su lado unos veinte jóvenes vestidos de color marrón sin capucha, estos con saltos y brazos levantados y mirada hacia arriba danzaban al sonar de un violín que tocaba un monje, a la vez que decía dancemos y dancemos como lo hacía el rey David, y sobre un lateral las mismas figuras que se vieron en la playa consintiendo con la cabeza que todo estaba bien.


----------HOTEL


El viejo hotel Ostende realizo una velada nocturna en una de sus glamurosas noches, donde había llegado desde una ciudad vecina un grupo de música para homenajear a los huéspedes que colmaban el hotel.


La gente estaba vestida de gala, se los vio bailar hasta muy llegada la madrugada, había porteños, algunos alemanes, invitados de honor y también se lo vio al escritor francés, quien realizo el libro el principito, todos bailaban los ritmos eran diferentes, no falto el buen vino ni tampoco champan, los mozos vestidos de blanco no dejaban ningún detalle librado al azar todo muy bien organizado, los Palavidini habían realizado una buena organización.


En una mesa especialmente preparadas para ellos estaban los lugareños, quienes de alguna forma habían participado de la creación del balneario, entre ellos los Bourel, Quinteros, Hourcade, Midon, Manso y otros más.


En una mesa junto a la escalera que lleva a la parte alta del hotel se vio brindar con copas de cristal a dos personas que se mostraban felices por tal acontecimiento.


Una noche unos jóvenes enamorados salieron a caminar tomados de la mano, transitaban felices con sus veinte años encima las calles de Ostende, al pasar por la casa de los fundadores de Ostende escucharon música, les pareció raro pues la casa estaba deshabitada, se acercaron temerosamente y desde detrás de un arbusto observaron que sobre un gran jardín en las afuera de la casa vieron al viejito de la acordeona muy feliz derramando lagrimas tan brillosas que se podían confundir con las estrellas, al monje con su violín y al grupo de música del hotel, se había agregado alguien más al grupo una mujer con una pandereta y su vestido verde, tan verde como el color de sus ojos, y un recién llegado que tomado de la mano de Laura  quien mirando hacia el cielo le guiñaba un ojo a San Antonio por su respuesta.


 Cada cual vestido en forma impecable entonando una misma canción, en el centro del jardín todos los bailarines del hotel, los monjes y los jovencitos, también estaban las sirenas todos formaban una gran ronda, bailaban, saltaban, se divertían como nunca lo habían hecho en su vida.


También se vio entre ellos estas dos figuras mezcladas entre el alborotado y feliz grupo, no había luz eléctrica, solo el resplandor de las estrellas iluminaba el lugar.


Terminado todo cada uno volvió a su lugar de origen, algunos me dijeron que esas figuras que se veían en todos los acontecimientos eran fantasmas del antepasado, otro casi como confirmando expreso para que son Fernando Robette y Agustín Poli, que cada de vez en cuanto regresan por estos lugares para revivir las viejas historias del lugar.


(*) Vecino de Pinamar. Escritor.


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